Sismo de 1985, un cambio para la ciencia en México

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Hace 30 años, poco después de las siete de la mañana, un movimiento fuerte interrumpió el sueño de Luis Quintanar Robles. Sobresaltado, despertó. Después de cuatro minutos de intensas vibraciones se dio cuenta de las graves consecuencias que el sismo del 19 de septiembre de 1985 había dejado a su paso: miles de muertos, heridos, construcciones destruidas y la paralización total de los principales servicios públicos.

 

Así recuerda Luis Quintanar, investigador del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el fenómeno sísmico considerado como el más catastrófico en la historia de la ciudad de México, y cuya magnitud, según reportes oficiales, fue de 8.1 grados en la escala de Richter.

Para diversos especialistas, el evento de 1985 detonó el desarrollo de nuevas líneas de investigación en la comprensión del ciclo sísmico, en la ingeniería y las ciencias sociales. Por otro lado, motivó tecnología para las cimentaciones de la ciudad de México. Diversas disciplinas trabajaron en conjunto para entender desde diferentes perspectivas el fenómeno sísmico.

De acuerdo con el doctor Luis Quintanar Robles, aunque se tenían conocimientos previos de la existencia de los tipos de subsuelo en el Distrito Federal, no fue hasta poco después del evento de 1985 que los especialistas se dieron cuenta de la influencia de la diferenciación de suelos en la amplificación de las ondas sísmicas de la zona metropolitana, donde se encuentran los restos del antiguo lago que rodeaba Tenochtitlán y donde ocurrieron los mayores daños y colapsos de edificios.

A partir de entonces, recuerda el investigador, se incrementó la instrumentación geofísica de la zona con la aplicación de sensores sísmicos, los sistemas de posicionamiento global (GPS) y detectores de radar. De esta manera se logró identificar la existencia de fenómenos geofísicos llamados sismos silenciosos.

En los últimos años especialistas del Instituto de Geofísica de la UNAM se han enfocado en estudiar los sismos silenciosos y los tremores no volcánicos, pues se cree que estos pueden estar relacionados con la aparición de los sismos clásicos.

“Los tremores no volcánicos y sismos silenciosos generalmente ocurren en las mismas zonas. Aunque se desconoce el proceso físico que dan lugar a unos y a otros, estamos interesados en saber si la existencia de un tremor no volcánico o sismo silencioso precede la ocurrencia de un sismo normal o lo antecede. Hasta el momento se tienen detectados muchos periodos de tremores y sismos silenciosos pero no hay una conclusión contundente sobre en qué momento del ciclo sísmico aparecen”, explicó Quintanar Robles.

De acuerdo con el especialista, el Instituto de Geofísica de la UNAM es pionero en el estudio de la Sismología en México, aunque instituciones como la Universidad de Guadalajara (UdeG), la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE), por mencionar algunos, han realizado importantes estudios regionales que aportan conocimiento general de esta rama de la Geofísica.

Red Sísmica del Valle de México

El sismo de 1985 fue un parteaguas para el desarrollo de redes de monitoreo; en 1991 se estableció la Red Sísmica del Valle de México con el objetivo de monitorear la sismicidad que se origina en esta zona.

Desde su establecimiento hasta la actualidad se han modernizado los equipos y densificado. Actualmente cuenta con 31 estaciones digitales que transmiten su señal en tiempo real al Centro de Detección del Servicio Sismológico Nacional, explica Quintanar Robles, quien es el investigador responsable de la Red Sísmica del Valle de México.

“También en el centro del país se originan movimientos sísmicos más pequeños. La zona metropolitana de la ciudad de México es la más densamente poblada del país, de tal manera que un evento, aunque sea de baja magnitud, siempre va a sentirse por alguna parte de la población y eventualmente es susceptible de provocar daños a las estructuras”, comentó.

Adicionalmente, la Red Sísmica del Valle de México mide las intensidades de los sismos costeros en la zona del valle de México, por lo que su importancia radica en determinar las causas de estos para propósitos técnicos e ingeniería, así como para detectar las zonas más propensas a sufrir daños en las estructuras de acuerdo con su frecuencia.

Avances en el diseño actual de las edificaciones

Para el subdirector de Estructuras y Geotecnia del Instituto de Ingeniería de la UNAM, Manuel Jesús Mendoza López, gracias al desarrollo de investigación fue posible la modificación de las normas para la construcción de los edificios del Distrito Federal que permitan responder a daños severos ante posibles eventos sísmicos similares a los ocurridos hace tres décadas.

“Ha habido tiempo para generar conocimiento e investigación y establecer modificaciones para las construcciones. Durante 1985 no había ninguna cimentación instrumentada, no había una verdad para conocer cómo se habían comportado nuestras cimentaciones, lo que trajo como consecuencia un estado de ánimo donde predominaba la zozobra. Uno de los grandes beneficios fueron los amplios desarrollos en software, diseño y la normatividad”, comentó durante su participación en la conferencia La Ingeniería Civil a 30 años del sismo de 1985, celebrada en el Colegio de Ingenieros Civiles en días recientes.

Actualmente la UNAM cuenta con tecnología para realizar mejoras en las áreas de la construcción y la edificación. A través del Laboratorio de Mesa Vibradora del Instituto de Ingeniería de esa casa de estudios se realizan simulaciones de movimientos sísmicos de diversas intensidades. A esta herramienta se le colocan componentes de una estructura (muros o estructuras completas de menor escala a la original), lo que ha permitido realizar pruebas de respuesta en estructuras de mampostería confinada de varios niveles para viviendas de interés social.

En un comunicado emitido por la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), el investigador del Instituto de Ingeniería de la UNAM, Sergio Manuel Alcocer Martínez de Castro, señala que este tipo de pruebas también sirve para desarrollar nuevos materiales y criterios de diseño.

Esta misma unidad junto con la Alianza Fiidem desarrollaron un túnel de viento con el objetivo de hacer diseños más eficientes y óptimos en estructuras y edificios, y conocer su respuesta ante el viento. A principios de este año se inauguró la instalación de este proyecto, el cual forma parte de la construcción de la primera etapa del Laboratorio de Estructuras Materiales de Alta Tecnología (LEMAT).

El origen de una nueva disciplina

Además de los proyectos en el área de sismología e ingeniería, hubo una iniciativa importante en el campo de las ciencias sociales; científicos del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) —que pertenece al Sistema de Centros Públicos Conacyt— y del Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales motivaron el nacimiento de una nueva línea de investigación: Historia y antropología de los desastres.

Virginia García Acosta, doctora en Historia e investigadora del CIESAS, señala que a raíz del suceso de hace 30 años se manifestó el interés de investigadores por hacer algo en sus respectivas áreas. Así surgieron diferentes proyectos de corto plazo, por lo que en 1986 y 1987 comenzaron a publicarse los primeros resultados de las investigaciones.

García Acosta, quien pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) nivel III, señala que una de las principales iniciativas fue rescatar la historia sísmica de México, que dio como resultado la publicación del libro La historia de los sismos en México, que incluye aquellos ocurridos desde el año uno pedernal hasta 1913.

“Desde el enfoque social pensamos sobre qué debemos hacer ante el fenómeno de estos eventos. La información derivada sobre la sismicidad histórica de México permitió estudiar su fenología social y cultural. Los catálogos históricos son importantes porque constituyen una fuente fundamental para el estudio histórico social del riesgo y los desastres. Al tener toda esta información fuimos identificando una serie de elementos que nos permitieron desarrollar teórica y metodológicamente nuevos conceptos y formas de investigar”, explicó.

Para la historiadora, la información que han generado las investigaciones sociales es importante para alimentar las decisiones en materia de prevención y riesgo de los hacedores de políticas públicas, urbanistas, ingenieros, estudiantes e investigadores.

Para Luis Quintanar Robles lo más importante es recordar a la población que la ciudad de México es una zona sísmica y los movimientos van a continuar. “Lo mejor que podemos hacer es entender esto y saber qué hacer en caso de sismo. En 1985 la gente solo se alarmó y se perdieron muchas vidas”, expresó.

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